La historia de Pink Floyd no puede entenderse sin las muchas desventuras que los miembros de la banda vivieron durante su trayectoria. Y es que, aunque parezca mentira, un pequeño grupo de chicos ingleses consiguió revolucionar la historia del rock haciendo, con sus adicciones, depresiones y más oscuros temores, un arte que jamás podrá ser igualado.
Para comenzar a entender a Pink Floyd, hay que hablar de Syd Barrett, el primer vocalista y compositor con el que la banda grabó, y que marcó la etapa primigenia de la formación. Su talento compositivo le llevaría a ser uno de los más grandes referentes de la historia de la psicodelia. Aunque su genialidad vino con un precio. Barrett no sólo experimentó con la música, sino también con una amplia gama de drogas psicodélicas. Así, al igual que dejó para la historia discos como el debut de Pink Floyd, ‘The Piper at the Gates of Dawn’ (1967), también era capaz de desplomarse en entrevistas de televisión o de no poder tocar en directo a causa de su ebriedad. Para solucionar este problema, la banda contó con David Gilmour, otro talentoso músico, al que planeaban recurrir en los conciertos mientras que Barret hacía las veces de compositor. La idea no funcionó, y tras sólo aportar una canción en su segundo álbum, Syd dejó Pink Floyd. La marcha de Barrett provocó que las voces se repartieran entre los miembros del grupo, y, lo más importante, comenzó a darle más peso compositivo a Roger Waters, que con el tiempo explotaría su máximo potencial artístico, ayudando al grupo a dar el salto a la fama unos cuantos años y discos después con la salida de ‘Dark Side of the Moon’ (1973), en la que se encuentra uno de los himnos más conocidos de la formación, “Money”.
Esto no fue todo, ya que a Barrett aún le quedaba un último -y simbólico- papel por jugar. Su ausencia provocaría que se escribieran algunos de los temas más icónicos de Pink Floyd, en especial los del disco ‘Wish You Were Here’ de 1975. La canción homónima de este plástico está dedicada a Barrett, quien, por sorpresa, se acercó al estudio en en las últimas fases de su producción. El disgusto fue mayúsculo cuando los miembros de la banda vieron al que un día había sido su cantante en un estado deplorable, con sobrepeso, sin pelo y mostrando signos de no ser, tampoco por dentro, la persona que un día habían conocido. Eso sí, esta no fue la única fuente de inspiración presente en el álbum, ya que las mordaces críticas de la banda contra la industria discográfica se hicieron notar en “Welcome to the Machine” y “Have a Cigar”, en las que el grupo despotricaba contra los ejecutivos de las discográficas. Los temas de apertura y clausura del álbum tampoco tienen, ni de lejos, desperdicio, pues son las magistrales piezas de “Shine on You Crazy Diamond”.
Si hay algo que marcó a Roger Waters a lo largo de su vida fue el fallecimiento de su padre combatiendo en la Segunda Guerra Mundial, cuando él tan sólo era un infante. Esta es una de las temáticas que abordaría en su álbum más personal - y el más conocido de la historia de Pink Floyd-, ‘The Wall’ (1979). Cuenta la historia que la concepción de este álbum apareció en la cabeza de Waters tras escupir en la cara a un fan que intentaba subirse al escenario durante un concierto de presentación de su disco ‘Animals’ (1977). El músico, disgustado consigo mismo y con la idea que se tenía de los recitales de rock, se imaginó un muro que se erigía entre los músicos y los fanáticos.
Esta anécdota, aparentemente intrascendente, provocó la creación de uno de los mejores álbumes de la historia del género. En él, Waters desnuda su alma a través de Pink, su álter ego, del que se narra su vida, la pérdida de su padre y los distintos traumas que le llevan a ser él mismo. Los distintos “ladrillos” que se van añadiendo al muro, son experiencias tristes que marcaron al artista y que le aíslan de la realidad que le rodea. Así, temas como “Another Brick in the Wall Pt.2” o “Comfortably Numb” se convirtieron en algunos de los mayores éxitos de la banda inglesa. La historia del disco sería llevada al cine bajo la dirección de Alan Parker, en una de las cintas más polémicas y comprometidas de la historia.
Tras alcanzar el cénit de su éxito, Pink Floyd se fue apagando poco a poco debido al desgaste de la banda, así como a las tensiones internas que provocaron, entre otros conflictos, el despido del teclista Richard Wright. A ‘The Wall’ sólo le siguió un disco más con Roger Waters en la formación, ‘The Final Cut’ (1983), compuesto al completo por el bajista. Fue David Gilmour el que tomó, tras la salida de Waters, el timón del grupo, readmitiendo a Wright y sacando dos discos más, ‘A Momentary Lapse of Reason’ en 1987 y ‘The Division Bell’ en 1994, año en el que el conjunto realizaría su última gira antes de disolverse.
No se pudo ver más a Pink Floyd hasta 2005, cuando la banda volvió para actuar de manera puntual con sus miembros originales. Pese a que se habló mucho de una posible reunión, esta nunca llegó a suceder. Después, en 2006 y 2008, la tragedia golpeó la vida de los miembros de los de Londres con la muerte de Syd Barrett y de Richard Wright. Este último fue homenajeado por Gilmour y Mason con la salida de un último disco bajo la marca de Pink Floyd, ‘The Endless River’ (2014), que contenía material grabado por la formación a lo largo de los 90.
Marcados por la pena, la locura y un aire de genialidad, los ingleses consiguieron hacer arte, crítica y experimentación más allá de lo que cualquier otra banda se había atrevido hasta ese momento. Ahora, Waters, Gilmour y Mason siguen sus caminos en solitario, pero sin olvidar que un día, hace ya décadas, unos jóvenes londinenses se juntaron para revolucionar para siempre el mundo del rock and roll.
