Cara B: El laberinto cultural de Bob Dylan

Recordamos con Diego Cardeña la importancia cultural de Bob Dylan en el día que cumple 79 años

 

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Locutor RockFM

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Mientras que en Europa se contenía el aliento con el hundimiento del HMS Hood en pleno ecuador de la Segunda Guerra Mundial, el Aerial Lift Bridge de Duluth, Minnesota, era testigo del nacimiento del nieto de dos inmigrantes judíos, de lo que conocemos como Ucrania, que tuvieron que escapar de su país por el pogromo de 1905. 

Un racimo cultural y bélico, que forjaron un carácter único y especial en aquel joven Robert Allen Zimmerman, que creció en el páramo pedagógico de Hibbing“El pueblo en el que crecí estaba totalmente apartado del centro de la sabiduría. Estaba fuera de los márgenes del momento. Tenías todo el pueblo para vagabundear. Simplemente había bosques, cielo, ríos y corrientes, invierno, verano, primavera y otoño. La cultura se basaba fundamentalmente en circos y carnavales, predicadores y pilotos, espectáculos para leñadores y cómicos, bandas de música y programas de radio”.

Con estos mimbres, la observación, la quietud y los acordes del incipiente rock and roll que salían de su aparato de radio, Zimmerman comenzó a dar sus primeros pasos en la música, en diversos conjuntos musicales, que, por otro lado, no fueron a buen puerto. Sería ya en la universidad, cuando la raíz de la música y cultura norteamericana, así como su pasión por la literatura, aflorase en él la necesidad de expresarse en el lenguaje del folk, mostrándose al mundo como Bob Dylan y dirigiendo sus pasos a la ciudad de Nueva York, donde arrancaría su leyenda.

Si bien es cierto que su primer largo únicamente constaba de dos temas originales, en su tercero de estudio ya encontrábamos a un cronista de su tiempo y presagiando algunos de los acontecimientos históricos que marcarían una de las décadas más convulsas del siglo XX. Sus siguientes discos, sin duda, son parte fundamental de la historia de la música, con todo lo que ello significa. Influencia y legado de las generaciones posteriores, que vieron en Dylan el espejo en el que mirarse, aunque nunca alcanzasen ni su sombra.
 


El peso de la fama, la voz de una generación, la búsqueda entre líneas de la mínima quimera, la necesidad de los fieles de un nuevo mensaje, de una nueva verdad, rompieron sus esquemas, y tal vez su hambre, pero arrancó un nuevo juego. Seguramente no deseado, pero su accidente de moto, además de truncar su producción discográfica, le sirvió para poner distancia, trazar nuevos senderos, cultivarse más y adentrarse en el cristianismo. Un Dylan que no salía victorioso en la batalla contra el paso del tiempo, hasta que, en la década de los noventa, regresó con el nervio y talento que le vieron surgir. Otra vuelta de tuerca, que daría paso a una nueva década y etapa de reconocimiento global, que nos lleva hasta nuestros días. 

Para demasiados, un genio. Para los obtusos, uno más. Pero probablemente sea de los pocos artistas, sino el único, que ha dejado su huella en la música, las letras, el cine y la sociedad, de forma magistral. Sin pasar de puntillas, conservando la autenticidad de ser uno mismo, sin sermones y ganando el respeto de todo aquel que se adentra en su obra. 

Un tipo frío, sin duda. Gris, a ratos. Pero cuya genialidad, ten por seguro, no ha dado su último coletazo. Hace escasamente dos meses publicaba Murder Most Foul, la canción más larga de su carrera y la primera composición editada tras obtener el premio Nobel de Literatura. Dieciséis minutos largos (con cincuenta y cinco segundos) de viaje junto a un crooner, aparentemente derrotado, donde la música queda en un segundo plano, ante el texto de un mortal que repasa su carrera, el mundo que le tocó vivir y al que inspiró.

Felices 79, Mr. Zimmerman.


Diego Cardeña
@DiegoCardenaFM

 

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